JOSÉ JIMÉNEZ BORJA, BREVE ENSAYO BIOGRÁFICO

Por : Fredy Gambetta


José Jiménez Borja nació en la Heroica Ciudad de San Pedro de Tacna, el 22 de Diciembre de 1901, cuando amanecía el siglo XX y se endurecía el que sería un largo proceso de chilenización de la ciudad del Caplina, como consecuencia del cautiverio iniciado el 26 de Mayo de 1880, después de la batalla del Campo de la Alianza. Ese lamentable hecho dejó una impronta en la vida futura de los tacneños que nacían en aquellas adversas circunstancias y que crecieron observando que una bandera extraña, a la de la patria de sus padres, flameaba bajo el cielo de la ciudad natal mientras en el hogar soñaban, aquellos niños tristes, con las dulces historias de la patria invisible.
José Jiménez Borja nació en una casona, de estilo republicano, de dos plantas, que lucía techo de mojinete, clásico de Tacna, con mampara y balcones a la calle, signada con el número 304, ubicada en la segunda cuadra de la entonces calle Carrera, llamada actualmente Arias y Aragüez, en el centro de la ciudad. Su padre fue José Jiménez Ara, matemático, hijo de José Jiménez y Cevallos, español, natural de Villajoyosa, pueblo vecino a Benidor, descendiente directo de los caciques Ara, dos de los cuales, José Rosa y Toribio, acompañaron al Prócer Francisco Antonio de Zela en una de las gestas más heroicas que escribiera el pueblo tacneño, la noche del 20 de Junio de 1811, rebelándose contra el poder español y lanzando el Primer Grito de Libertad en la costa peruana.
La madre, Jesús Francisca de Borja Iturri, nació en la Argentina. Era un hogar cristiano en el que se unían la prosapia indígena y la sangre española en un mestizaje esencial. Los hijos del matrimonio Jiménez Borja, como todos los infantes peruanos, sufrieron los rigores del cautiverio en el Liceo de Tacna, centro educativo chileno en el que se educaban. Al estar los niños obligados a cantar un himno ajeno y a rendir honores a una bandera extranjera, los padres decidieron enviar a los niños a La Paz.
En La Paz José y Arturo, el hermano menor, nacido en 1908, fueron matriculados en el Colegio San Calixto, regentado por sacerdotes de la Compañía de Jesús. En ese colegio se habían educado la madre y los tíos. Aquel hecho fue motivo para que fueran recibidos con afecto y consideración además de que todos conocían que eran niños que procedían de una ciudad peruana cautiva.
Posteriormente, cumplidos los 19 años, José Jiménez Borja viaja a Lima para culminar sus estudios secundarios en el Colegio Santo Tomás de Aquino, gracias a una beca que le otorgara el Padre Inocencio Hernández, del Convento de Santo Domingo, quien advirtió en él su dedicación por el estudio y tuvo en consideración el aval de los jesuitas bolivianos. El joven Jiménez Borja no se contenta con recibir la beca, como un favor, sino que imparte sus conocimientos enseñando la asignatura de Castellano a los niños de la sección Primaria del colegio en el que se educa.
En el año 1919 ingresa a la Pontificia Universidad Católica y en 1920 a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde se graduó de Bachiller en 1926 y obtuvo el título de Doctor en Literatura, en 1927, con la tesis ELOGIO A DON LUIS DE GÓNGORA, que se publicara, al año siguiente, en el número 121-122 de la revista MERCURIO PERUANO.
Jiménez Borja a lo largo de su existencia fue, esencialmente, un poeta. Su espíritu de poeta se refleja, se muestra, se trasunta en sus libros, en los discursos de homenaje que pronunciara como Académico de la Lengua, en los prólogos que escribiera, en sus crónicas periodísticas y, naturalmente, en la corta producción poética que publicara, en las revistas Mercurio Peruano, La Sierra y Siempre en los años 1926, 1927 y 1930, respectivamente.
El espíritu poético de José Jiménez Borja lo resalta Luis Alberto Sánchez en las palabras finales del Prólogo que aparece en la edición fascimilar de EL ALMA DE TACNA, publicada en 1989 por la Corporación Financiera de Desarrollo S.A. Sánchez anota que aceptó escribir el prólogo “…evocando los lejanos días de 1926 y nuestra fraterna amistad desde antes de entonces y hasta mucho después con Jorge Basadre, el historiador, y con José Jiménez Borja, el poeta”.
Alberto Tauro del Pino, al referirse al estilo elegante de Jiménez Borja, escribe que “Su dominio de las formas fue suscitado quizá por su juvenil incidencia en el cultivo de la poesía y por su efusión sentimental ante las tradiciones y los afectos de su pueblo nativo”. Una vez más se confirma la tesis de que los poetas, o quienes fueron tocados por el fuego sagrado de la poesía, mantienen a lo largo de su producción la musicalidad y la elegancia que solamente ostentan los elegidos por tan alta diosa. No se equivocó Palma al afirmar que el escribir versos es el mejor solfeo para alcanzar una buena prosa.
El año 1934, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, José Jiménez Borja obtiene el título de Abogado, desarrollando la tesis “Los extranjeros en el Perú”.
Su carrera docente, iniciada en el colegio jesuita “La Inmaculada” y en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, la continua, entre 1929 y 1932 dictando Castellano e Historia de la Literatura Antigua en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones. Entre 1932 a 1935 enseña en la Universidad Católica. A partir de 1935, al crearse la Sección de Pedagogía, en la Facultad de Letras, se matriculó en cursos de esa especialidad, enseñó paralelamente Preceptiva y Metodología Castellana, hasta el año de 1945, y obtuvo el grado de Doctor. En el interín, en 1935, viajó a Colombia como representante del Perú a la Exposición del Libro. En 1938 viaja a Bolivia, con una delegación de estudiantes a visitar centros educativos y, en el mismo año, a los Estados Unidos para dictar un curso de Castellano en el Mills Collage.
Durante veintiséis años el Doctor Jiménez Borja dictó, entre 1946 a 1972, la cátedra de Metodología de la Enseñanza del Castellano y la Literatura, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que heredara del padre agustino Emilio Huidobro. Como escribiera Luis Alberto Sánchez, Jiménez Borja “era dueño de esa cátedra”.
Su carrera burocrática, paralela a su eminente labor docente, la inicia en el año 1938 en el que es nombrado Inspector de Enseñanza Particular, en el Ministerio de Educación, cargo que deja en 1940 para pasar a ocupar una Asesoría Técnica, que culmina en1943. Entretanto, en 1941, el gobierno del Presidente Manuel Prado Ugarteche le encarga colaborar, con el Ministro de Educación, Pedro M. Oliveira, en la elaboración de la Ley Orgánica de Educación Pública.
Entre los años 1943 a 1944 asume la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural y entre 1944 y 1946 la Dirección de Educación Normal. A partir de 1946, y hasta 1948, ejerció el Decanato de la Facultad de Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
La brillante carrera del Doctor José Jiménez Borja alcanza su cima, cuando el Presidente Fernando Belaúnde Terry lo designa Ministro de Educación Pública, cargo que ejerce hasta el 1 de Octubre de 1968 siendo, en la práctica, el último Ministro de Educación Pública del primer gobierno del Presidente Belaúnde, puesto que en los días postreros, de aquel gobierno constitucional, fue designado Ministro de Educación el Doctor Augusto Tamayo Vargas quien no llegó a ejercer el mencionado despacho. El 3 de Octubre ocurriría el golpe de estado liderado por el General Juan Velasco Alvarado.
Un justo juicio sobre el Ministro de Educación, Jiménez Borja, lo hemos encontrado en las páginas del Suplemento Dominical del diario LA INDUSTRIA, de Trujillo, publicado el 21 de Julio de 1968 con motivo de una visita de trabajo a esa ciudad. El periodista escribe que “pocas veces en la historia del Perú, como ahora, se ha podido tener frente al Ministerio de Educación a un hombre estrechamente ligado a esta actividad a tal punto que cuando fue llamado para ocupar la cartera, los niños de escuela y jóvenes de colegio y universidades de todo el país, ya lo conocían a través de sus numerosos textos de Castellano y Literatura”.
Con relación a su obra dispersa, a lo que hemos leído en revistas y diarios, sus libros éditos se reducen a una media docena de títulos. El Doctor Jiménez Borja no era prolijo con sus escritos. A propósito, en un artículo publicado en el diario EXPRESO, el 11 de Octubre de 1964, el escritor Carlos Eduardo Zavaleta, escribe sobre los “Libros inminentes de José Jiménez Borja” como una manera de instar, de alentar al maestro para que recogiera o ampliara y publicara sus textos sobre José de la Riva Agüero, Enrique López Albújar, Luis Alberto Sánchez y Raúl Porras Barrenechea, que los había leído en reuniones académicas, y sus valiosos artículos que tenían como tema la gramática, publicados, a través de varias entregas, en el diario EL COMERCIO.
Uno de los primeros referentes de la producción escrita de José Jiménez Borja, es EL ALMA DE TACNA, delicioso libro que leemos y releemos los tacneños, escrito en 1926, al alimón con Jorge Basadre Grohmann, gran pilar de la tacneñidad. Al respecto, de ese libro, Basadre escribe, en LA VIDA Y LA HISTORIA,”… con José Jiménez Borja escribimos el librito de propaganda titulado EL ALMA DE TACNA para resaltar, sobre los aspectos jurídicos del litigio, su hondo sentido humano. Fue publicado bajo el seudónimo “UNOS TACNEÑOS”. Aunque escrito con juveniles defectos, abre una era dentro de la literatura tacneñista”.
Luis Alberto Sánchez dijo una vez en Tacna, en la Casa de Zela, en Febrero de 1990, que EL ALMA DE TACNA era para él un libro provocador. “Provocador en el mejor sentido. No de provocar conflictos sino de provocar ternuras, que es también una manera de provocar”.
El joven Jiménez Borja, luchando por la peruanidad de su tierra cautiva, escribe en el semanario JUSTICIA!, en 1926. Sus artículos se publican en los números 1, 3, 6, 8, 10 y 11. Es oportuno destacar que, los entrañables amigos, Basadre y Jiménez Borja, no solamente firmaron su obra cimera, de aquellos sus años aurorales, con el seudónimo UNOS TACNEÑOS, sino que también usaron el seudónimo CHOLO TACNEÑO para firmar sus artículos.
Citaremos textualmente un párrafo de una crónica literaria escrita por CHOLO TACNEÑO – Basadre y Jiménez Borja – que apareció en el Número 3, del semanario JUSTICIA!, el 7 de Abril de 1926. Este párrafo es testimonio de los motivos que impulsaban a sus jóvenes autores:
“Nuestro amor a Tacna no es un amor impuro como el chileno que es un amor estratégico. Ha crecido espontáneo y libre como la retama y la ariruma de nuestros senderos; es fragante como la flor del junco que crece en nuestros jardines; es fuerte como los pinos que se elevan ansiosos ante nuestro claro cielo; es fecundo en sacrificios como lo es en frutos la tierra de nuestros pagos; es inalterable como la vilca, el molle, el álamo, el eucalipto, como todos los árboles que decoran durante el invierno y durante el verano la maravilla de nuestro paisaje; viene del pasado así como de lo profundo de los Andes viene el agua de nuestro río y, como ella, bulle siempre palpitante y fresco.
Nuestro amor a Tacna es como Tacna misma y vivirá lo que viva la ciudad y su valle”.
Pero tal vez una de las más grandes ofrendas que legaron a la posteridad, aquellos prohombres tacneños, es la oración que escribieran a la memoria de los caídos en la batalla del Campo de la Alianza y que hoy puede leerse en una cruz de granito que se ha erigido en el osario ubicado en las arenas donde tuvo lugar aquella bélica conflagración. Su vocación de docente y de hombre de letras, amante de la literatura y de la historia literaria, lo lleva a que en 1931 publique un breve opúsculo titulado PROGRAMA DE LA LITERATURA CASTELLANA, a guisa de ayuda bibliográfica para su tarea de maestro. Ese mismo año aparece, en la Editorial Minerva, el trabajo titulado EL IDEALISMO EN LA LINGÜÍSTICA Y SU DERIVACIÓN METODOLÓGICA.
En el año 1934 edita su libro ORTOGRAFÍA PRÁCTICA PRECEDIDA DE UN ENSAYO DE METODOLOGÍA ORTOGRÁFICA. Haciendo referencia a esta obra importante en la producción de Jiménez Borja, el estudioso y crítico literario, Doctor César Ángeles Caballero anota que “…la habilidad pedagógica y el dominio lingüístico de Jiménez Borja le ha permitido transformar la teorética y problemática del proceso ortográfico con una lucidez expositiva que facilita vitalmente la comprensión y el buen uso de la mecánica ortográfica”. Por su parte el Académico Luis Jaime Cisneros precisa que Jiménez Borja “renovó los estudios gramaticales y dinamizó la inquietud por el lenguaje en la universidad y en la escuela a través de la docencia, sus artículos y sus libros”.
La pasión por el lenguaje y la gramática motivan en el gran tacneño la fundación de un Seminario del Lenguaje Peruano, en la Universidad de San Marcos. En ese Seminario invitaba a participar a los alumnos de distintas regiones del país logrando reunir un rico acervo que entregaba a los especialistas sin reservas, sin egoísmo, con esa generosidad propia de su grandeza de humanista quintaesenciado.
Tres años más tarde, en 1937, en los Talleres Gráficos de la Editorial Lumen S.A, en Lima, publica el libro HISTORIA LITERARIA. AUTORES SELECTOS DE LA LITERATURA UNIVERSAL y un año después escribe MIRAJE AL PERÚ, del que da noticia Carlos Alberto González Marín en su obra ANTOLOGÍA HISTÓRICA DE TACNA. En MIRAJE AL PERÚ, que no sabemos si es que vio la luz, el autor reúne sus impresiones de los viajes que realizara al norte, centro y sur del país. Este trabajo lo dedicó al político colombiano, líder del Partido Liberal de su país, Jorge Eliecer Gaitán, asesinado por un sicario, en las calles de Bogotá en 1948.
Los alumnos de educación secundaria, entre 1939 y 1949, fueron beneficiados con los excelentes textos de Jiménez Borja que tenían como título Castellano; Lengua y Literatura; Historia de la Literatura e Historia Literaria, todos ellos a base del Programa Oficial de enseñanza y publicados en la Librería e Imprenta D. Miranda, en Lima.
Uno de los libros más difundidos, del egregio intelectual tacneño, es sin duda CIEN AÑOS DE LITERATURA Y OTROS ESTUDIOS CRÍTICOS, publicado en el Número 3, de la colección del Club del Libro Peruano, en 1940, con una portada de su hermano Arturo. Este trabajo tiene como punto de partida el año 1839 con el estudio de las colaboraciones de Felipe Pardo y Aliaga y Manuel Ascencio Segura.
José Jiménez Borja ganó el PREMIO NACIONAL DE ENSAYO, en 1953, por su trabajo JOSÉ MARÍA EGUREN, POETA GEOGRÁFICO, publicado un año antes, en el Número 47, de la revista LETRAS. En 1966, formando parte de la Biblioteca Hombres del Perú, de la Editorial Universitaria, en Lima, se publica su biografía de JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO y un año más tarde, en la Editorial San Marcos aparece el texto FINES DE LA ENSEÑANZA DEL CASTELLANO Y LA LITERATURA EN EL PERÚ.
Jiménez Borja fue incorporado a la Academia Peruana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española, en 1941. Su discurso de incorporación fue un homenaje al IV Centenario de San Juan de la Cruz. Este discurso se imprimió en la imprenta limeña de R. Varese en 1943. En la Academia fue, a partir de 1979, Secretario Perpetuo y su Presidente hasta 1982, año en el que falleció.
Existe en los archivos y revistas de la Academia Peruana de la Lengua una valiosa colección de discursos pronunciados por Jiménez Borja en distintas fechas y por diversos motivos como ser homenajes a centenarios de ilustres figuras de la literatura peruana y universal, estudios, aportes diversos y discursos de respuesta a los académicos que se incorporaban a la docta corporación encargada de fijar, pulir y dar esplendor a la bella lengua de Cervantes.
Quedan, para regocijo de quienes tienen acceso a ellos, sus trabajos sobre Luis de Góngora, Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Santa Teresa de Jesús, Pedro de Peralta Barnuevo Rocha y Benavides, Andrés Bello, Felipe Pardo y Aliaga, José Santos Chocano, Enrique López Albújar, Luis Benjamín Cisneros, Luis Fabio Xamar, Mario Florián y José María Eguren, entre otras figuras de la literatura peruana y extranjera. Se trata de una obra escrita sin prisa, pero sin pausa, con una prosa elegante y exacta que alcanzaba cumbres excelsas.
Grata tarea sería reunir esos valiosos trabajos en un libro que formaría parte de las Obras Completas del ilustre tacneño. Tacna, su ciudad natal, tiene una gran deuda con José Jiménez Borja no solamente por la obra que creara sino también por un invalorable aporte del que más adelante, en este breve trabajo, dejaremos testimonio. Publicar su obra, a través de un Consejo Editorial, sería una manera de resarcirnos de tan flagrante indolencia.
La prosa de Jiménez Borja, como lo anota César Ángeles Caballero, es “ diáfana, elegante y singular y su contenido temático se caracteriza por la solidez de los argumentos manejados y la profundidad de la investigación”. Es, como ya lo afirmamos, una prosa de poeta, con giros y vuelo metafórico. A propósito, como ejemplo, es propicio citar textualmente un párrafo del discurso que, por la Academia Peruana de la Lengua, pronunciara el 14 de Diciembre de 1967, en la Casa de la Cultura del Perú, con ocasión de conmemorarse el primer aniversario del deceso de Víctor Andrés Belaúnde. En ese homenaje, el eminente tacneño dijo unas palabras que, quienes lo conocimos, sabemos que a él se le pueden dedicar. “Su charla, aun la más sencilla, se elevaba como de un surtidor, salpicada de centellas mentales. Sí, su charla era una predistigitación de luceros. Su traza y su rostro de hidalgo en que imperaban los ojos como visionarios de lejanas auroras, perdían la quietud apenas iniciaba la conversación para agitarse incesantemente en el proceso interior de entelequias, categorías, paradojas, ejemplares anécdotas o risueños sofismas”.
Otros ejemplos los encontramos en el discurso que pronunció, en nombre de la Academia Peruana de la Lengua, en las exequias de su amigo de juventud y paisano, Jorge Basadre, el 30 de Junio de 1980. En un párrafo, dijo que Basadre era “… una espiritualidad de nítida transparencia que cruzó sombrías encrucijadas con la pulcritud de su paisano Vigil”. Ese breve y sentidísimo discurso fúnebre, ante los restos mortales del hermano, su par en el trabajo intelectual, lo terminó diciendo “… puedo testimoniar que hoy, desde su lejana y gloriosa provincia, llega una brisa para besar su frente”.
El último discurso que leyera Jiménez Borja, en su condición de Director de la Academia Peruana de la Lengua, tuvo lugar el 23 de Abril de 1981, con motivo del Día del Idioma y la incorporación de Luis Alberto Sánchez a quien, por mezquinas envidias, en este país “dulce y cruel”, donde los reconocimientos se otorgan tarde o no se dan jamás, se le había negado por tantos años a pesar de sus innegables merecimientos.
En un párrafo de aquel postrer discurso el maestro tacneño, al recibir al maestro limeño, expresa “ …tarde o temprano, Sánchez ya está plenamente entre nosotros y quisiera saludar su presencia no sólo con el afecto de nuestra generación sino con la luz de la crítica que se vuelve escasa para una personalidad tan caudalosa y potente, tan azogada y múltiple. Porque al querer encerrarlo en un enfoque global me da la sensación de fascinantes y esquivos espejos, dentro de los cuales vibra toda la sensibilidad de nuestro tiempo”.
En ese discurso Jiménez Borja se adorna con metáforas para homenajear al novicio académico. Haciendo alusión a la odisea que fue la vida de Sánchez, a causa de sus ideas políticas, le dice “que decoró a su patria en el destierro”. Finaliza aquella pieza antológica afirmando que en las páginas escritas por Luis Alberto Sánchez “se queman las letras”.
Los prólogos, cuando el prologuista es elegante en la prosa y profundo en el análisis, dan más valor a la obra que presentan y la adornan con palabras e ideas en el pórtico logrando, muchas veces, que una obra se reedite a causa de un nuevo prólogo. José Jiménez Borja fue un excelente prologuista. Cuando se trató de prologar obras, que tenían relación con su amada tierra tacneña, no solamente fue rico en el análisis y elegante en el estilo sino que se mostraba agradecido por la deferencia que tenían con su tierra natal. Tal cosa sucede, por ejemplo, con el prólogo al libro de poemas LÁMPARA VOTIVA, cuyo autor es Enrique López Albújar, en el que escribe, dirigiéndose al poeta: “Que antes de releer sus propias finas y vigorosas canciones, reciba un recado de agradecimiento de Tacna: un lampo de las nieves eternas que coronan el paisaje, una corona de juncos y de nardos de nuestros jardines que ciña su frente de Patriarca de las Letras Nacionales. Pero también un tributo de ideas. Y por eso algunas valoraciones sobre su obra ya cargada de gloria y en particular sobre su libro príncipe: Cuentos Andinos que fundó una escuela y tiene permanente trascendencia literaria”.
El gobierno del Perú premió a José Jiménez Borja otorgándole, el 18 de Julio de 1967, la Orden del Sol del Perú, en el Grado de Gran Cruz. Justo reconocimiento a una vida ejemplar dedicada al trabajo intelectual expresado en la investigación, en la creación literaria y en la docencia.
Después de fallecer el maestro tacneño, su hermano Arturo cumplió con su voluntad de entregar a Tacna el fajín que usara como Ministro de Estado, sus condecoraciones, títulos académicos, libros y textos de su autoría y un valioso material iconográfico que espera ser publicado en un anexo o en un álbum junto a la edición de sus obras completas. Tuvimos el honor de ser consultados, por su hermano Arturo, sobre cual debería ser la institución que serviría de repositorio de tan valioso legado. Fue elegido el Archivo Departamental de Tacna y allí también, al asumir la dirección de ese repositorio, tuvimos el honor de mostrar tan valioso material en una vitrina especial.
Es oportuno, antes que pasemos al testimonio personal, citar como veían a José Jiménez Borja dos de sus pares. Luis Alberto Sánchez escribe que “Era un hombre de una suavidad exquisita y de una cultura, sobre todo en materia de literatura hispánica, realmente profunda y realmente contagiosa. Fue un profesor a quien sus alumnos no solamente respetaron, sino que quisieron porque era sencillo, modesto”. “… uno de los más grandes espíritus culturales y literarios de nuestro tiempo peruano”. Luis Jaime Cisneros, Presidente de la Academia Peruana de la Lengua, en una conferencia dictada en un homenaje organizado por el CENTRO BASADRE, al conmemorarse el 90 aniversario del nacimiento de Jiménez Borja dijo que “Todo en don José era armónico, con esa voz pausada y todo en su lenguaje y en su actitud ratificaba el pudor y la cortesía. Adjetivos sobrios para el elogio y siempre tolerancia para el error venial de las gentes. No hay estridencias en la biografía de este hombre singular; la discreción fue su más clara divisa, y si algunos pudimos creer en algún momento que Jiménez Borja era un hombre del pasado, siempre supo aprovechar la ocasión debida para silenciosamente mostrarnos cómo habíamos caído imprudentemente en precipitado juicio”.
Como lo testimonió su hermano Arturo, José Jiménez Borja “fue un enamorado de Tacna a quien le dedicó la parte más sensible de su corazón. Una de las primeras muestras de ese cariño a la tierra natal, antes que sus crónicas publicadas JUSTICIA!, la hizo pública en el número 83-84, de la revista MERCURIO PERUANO, en 1925. Se trata de su prosa poética titulada EL VIEJO ÓRGANO ( Narración del Cautiverio ). En esa bella prosa, casi nunca recordada, de tantísimo valor para la historia de la resistencia tacneña, en aquella larga noche, el autor recuerda, sin nombrarla, a la hoy desaparecida Iglesia de San Ramón. “El atrio era inmenso, abierto en semicírculo con la curva amplia, firme, de un ideal acogimiento y finamente empedrado”. Escribe el joven Jiménez Borja que “La iglesia venía a ser el hogar amable en que ardían unidas una llama de fe y otra de ideal libertario. El sentimiento de amor a la Bandera, ese sentimiento purificado en el dolor y tan distinto al que en los periódicos y en los discursos populacheros hacen a veces tremolar colorinescamente los profesionales del patriotismo”. En otro párrafo afirma “Los que no alcanzamos a ir a las escuelas ni a leer los periódicos fuimos por lo menos a la iglesia.. Y el recuerdo se policroma con la evocación sucesiva. Pasan por él los juegos alegres del atrio alegre y luminoso” “¡También una vez de la iglesia salió la procesión de la Bandera!”
En el artículo EVOLUCIÓN CULTURAL DE TACNA, publicado en EL COMERCIO, el 28 de Agosto de 1950, Jiménez Borja llama la atención sobre la vocación por la Historia que muestran los tacneños. Citamos algunos párrafos. “Don Modesto Basadre abre el ciclo de los historiadores tacneños. El arte de escuchar el vocerío del pasado para reducirlo a coherentes palabras parece ser la tarea preferida para los hijos de aquel valle rumoroso de gestas. Cátedra de dignidad ciudadana, la Historia prolonga en ellos el apostolado de Vigil. Emoción de Madre Tierra sobre el vaho de la sangre o sobre el trabajo creador, sienten la Historia como un torrente musical” “Si de Arequipa se ha dicho que es tierra de juristas, de Tacna se puede decir que es tierra de historiadores”.
Voy a escribir ahora en primera persona, me excuso. Conocí al Doctor José Jiménez Borja en los primeros años de la década de los setenta, del pasado siglo. Desde el primer momento surgió entre nosotros, como dicen hoy los jóvenes, una química especial la misma que, por gracia de los dioses, me uniera con otro gran tacneño, tantas veces citado, el Doctor Jorge Basadre.
Mi amigo era de mediana estatura, andar pausado, robusta contextura, de tez cobriza, labios gruesos, ojos inquisidores detrás de anteojos de gruesas lunas. Sus modales eran finos, su hablar modulado, como que se solazaba con el idioma en una forma que no he vuelto a ver en ninguna otra persona. Recuerdo que alababa la forma de hablar de los tacneños y decía que Tacna era uno de los poquísimos lugares donde se pronuncia con fidelidad la letra elle. Al conversar hacía silencios para contestar o emitir algún juicio. No se apresuraba jamás.
En sus visitas a su Tacna natal, a la que puede decirse, como Alberti dijo al regresar a España, que salió con la mano empuñada para regresar con la palma abierta, lo acompañábamos con Gróver Pango y Luis Cavagnaro a recorrer la campiña, las calles, los angostos jirones y las amplias alamedas de la ciudad a la que consagró su afecto. En esos inolvidables paseos más de una vez se nos unía su entrañable amigo, camarada de lucha en el cautiverio, Guillermo Auza Arce quien, para los mayores, organizaba almuerzos bajo el cielo limpio, puro y libre de Pocollay.
De él conservo fotografías y varias afectuosísimas cartas. Tanto que en una de ellas, que valoro como prenda que me honra, me pide que le responda sin el trato de usted, ni el de doctor, que lo agobiaban. Hombre grande, hermano mayor, como Basadre, como los verdaderamente grandes, sencillo hasta la humildad con esa modestia propia de los auténticos tacneños, enemigos de la vocinglería, del grito destemplado, del ruido que opaca al sonido. Así también lo adivino a Ignacio de Castro o a Francisco de Paula González Vigil.
Escribí líneas arriba que Tacna tiene una deuda muy grande con su hijo ilustre, Jiménez Borja. Esa deuda es el reconocer, y enseñarlo en las escuelas, de una vez por todas, que él fue quien ideó el emblema de la Heroica Ciudad. La noticia la conocí de sus labios. La historia, que la he escrito varias veces, es la siguiente. Alrededor de 1945 el Doctor Raúl Porras Barrenechea invitó al Doctor Jiménez Borja para que como socio del Club Nacional, y tacneño, le indicara cual era el escudo de Tacna para lucirlo en una ceremonia a los Departamentos del Perú. Al no existir ningún emblema de Tacna fue preciso crearlo.
Las ideas de Jiménez Borja fueron expuestas y plasmadas por el artista Doctor Enrique Gamarra Hernández, conocedor de la heráldica. El emblema de Tacna, en su forma original, puede apreciarse en un vitral que adorna un friso de la iglesia Catedral.
El Doctor Jiménez Borja viajó a Tacna para entregar el emblema. El acto tuvo lugar en una sesión solemne, en el antiguo local del Concejo Provincial, ubicado en la calle Inclán. El acto lo presidió el Alcalde Filidor Cavagnaro Herrera, el 11 de enero de 1946. En aquella histórica sesión, de la que debe ubicarse en los libros de archivo el acta respectiva, estuvieron presentes el distinguido historiador y abogado tacneño, Guillermo Auza Arce, que ocupaba el cargo de Prefecto del Departamento; el primer Obispo de la Diócesis de Tacna y Moquegua, Monseñor Carlos Alberto Arce Masías y el Doctor Miguel Angel Cornejo, Presidente de la Corte Superior de Justicia de Tacna y Moquegua, además de una gran cantidad de vecinos que, con su presencia, avalaron y aplaudieron el hecho de ser testigos del nacimiento del nuevo símbolo local.
Pese a ello algunos pretendieron negarle a Jiménez Borja y a Gamarra Hernández la paternidad del emblema de Tacna al que nos negamos dar el nombre de escudo puesto que es eminentemente republicano en consideración a que nuestra ciudad, por lo menos hasta ahora, no se conoce que haya sido fundada por españoles, hecho que a honra tenemos los tacneños que nos jactamos de nuestro espíritu liberal. Años más tarde, en 1967, el Alcalde Rómulo Boluarte Ponce de León creyó oportuno añadir al emblema de la ciudad un par de aguiluchos que, según decían algunos, eran oriundos de la zona. De tal manera que un emblema republicano, simple, como el espíritu de la buena gente tacneña, cuyos únicos adornos son la corona de laurel y una cinta bicolor, resultaba burdamente adulterado para dar la ilusión de que Tacna era una ciudad de prosapia española. Nada más falso.
Fue preciso que nos organizáramos para protestar. Con mi dilecto amigo Luis Cavagnaro Orellana, jóvenes “veinteañeros” entonces, buscamos el asesoramiento del Profesor Hermilio Hinojosa Rubio, tacneñista de grandes virtudes, experto en heráldica. Con él redactamos un memorial que lo hicimos firmar por tacneños de cepa que habían participado en las campañas plebiscitarias de los años 1925-1926. El documento lo dirigimos al Alcalde, el 28 de Febrero de 1967. En los párrafos más destacados anotamos lo que sigue :
“Como es de conocimiento público esta ciudad no fue fundada por conquistadores españoles como lo fueron ciudades como Lima, Trujillo, Arequipa, Piura y Huánuco (de esta ciudad era oriundo el Alcalde Boluarte). En consecuencia no puede hablarse de un Escudo de Armas, gracia que fue concedida por la Corona de España a estas ciudades, dentro de la costumbre imperante en aquella época colonial.
El llamado Escudo de Tacna fue creado por un grupo de intelectuales y artistas y aprobado por una Junta de Notables reunido en el antiguo Palacio Municipal.
Los elementos constitutivos de este Escudo representan el título de Heroica Ciudad, el nombre de su Patrono religioso, la figura del león rampante, que rompe cadenas, como símbolo de nobleza y bravura; la flor del granado como símbolo de fecundidad del suelo tacneño y de la belleza singular de su campiña; y la corona cívica de laurel entrelazada con la cinta bicolor peruana, como máximo galardón de la República.
Conviene subrayar que esta última alegoría, que sustituyó a los yelmos, águilas y coronas de los escudos de los pueblos conquistados, no puede faltar en el emblema de un pueblo libérrimo como Tacna.
De acuerdo con los preceptos de la heráldica, ciencia del blasón, no es imprescindible adoptar para un emblema o escudo representaciones de elementos telúricos típicos del lugar, sino más bien, símbolos que ostenten las virtudes y méritos del pueblo.
En este cuarto de siglo de existencia de este emblema, muchas generaciones tacneñas han grabado en su conciencia estos símbolos haciéndolos parte integrante de su espíritu cívico y de la tradición histórica de este gran pueblo; y la tradición de una comunidad es algo sagrado, inmutable e intangible. En este sentido, el propósito de parangonar a Tacna con ciudades que tienen escudo de armas, no puede tener mayor valor que el deber de mantener incólume la personalidad de este pueblo que exhibe como blasones, de elevado prestigio, un origen humilde y democrático, así como su gran espíritu libertario y su inclaudicable amor a la patria”.
Esta campaña fue nuestra mejor ofrenda a Tacna y a José Jiménez Borja y Enrique Gamarra Hernández. Por el comité de defensa del emblema de Tacna firmábamos Luis Cavagnaro, Hermilio Hinojosa Rubio y yo. Nos acompañaron, entre otros, los siguientes ilustres tacneños: Juan Auza Arce, Dora Arce Liendo, Agustina Berríos Liendo, Guillermo Sañudo, Rosa Alina González Tapia, María Cadima Tapia, Víctor Liendo Figueroa, Blanca Carbajal Pons, Gladys Céspedes Quelopana, Daysi Flores Quelopana y Lastenia Rejas de Castañón.
Gracias a esa campaña, que emprendimos con ímpetu juvenil, los agregados al emblema de la ciudad nunca fueron aprobados. Hoy, al evocar aquellos episodios a la distancia, con la serenidad que brindan los años, nos llenamos de júbilo porque fuimos oportunos y supimos, como dice la sentencia popular, dar al César lo que es del César.
Aunque no tiene nada que ver me permito dejar constancia que los tacneños no debemos permitir jamás que se pretenda crear una “bandera de Tacna”. A Tacna le costó mucho regresar al Perú después de casi medio siglo de cautiverio en el que no pudo ver flamear al viento la enseña roja y blanca. Por lo tanto aboguemos, con la firmeza de tacneños, o tacneñistas, porque la Heroica Ciudad no tenga jamás otra bandera que no sea la de la patria amada. Lo digo sin el mínimo atisbo de chauvinismo del que siempre, por formación, he sido y soy ajeno.
Vuelvo a José Jiménez Borja con la tranquilidad que me brinda el haber honrado su memoria, en el primer centenario de su nacimiento, recordándolo en la mayoría de las facetas por las que discurrió su inquieto y fino espíritu, haciendo un supremo esfuerzo de síntesis, sin la erudición ni la elegancia, propios de su recia personalidad, mas sí con el sincero afecto y el eterno agradecimiento de sus paisanos de esta dulce Tacna que parece una reina de leyendas viviendo entre vilcas y granados.
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